Esta consagrada del Regnum Christi es una referencia femenina en la Iglesia. Fue responsable del sector mujer del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida y hoy trabaja en el Instituto de Estudios Superiores de la Mujer del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, en cuya fundación participó. Su tesis doctoral analiza los presupuestos y raíces filosóficas de las teorías de género.
Se habla de ideología, de teorías y de perspectiva de género. ¿Son lo mismo? ¿Cómo se definen?No se puede hablar solo de una ideología de género, sino de ideologías o teorías de género. El término se introdujo en los años 60 para distinguir entre el sexo y la identidad que la persona elabora. Las feministas lo tomaron después para explicar que el ser hombre y mujer tenía mucho que ver con la construcción social. El problema fue que no se estableció una definición de género y se construyeron teorías en función de la relación entre sexo y género. Una cosa es la biología y otra la interpretación que las sociedades hacen de esa diferencia. Unas dirán que son independientes, otras que lo más importante es el género o que son categorías que cambian. Por tanto, no hay una teoría de género y no hacemos ningún favor como Iglesia en meter a todas en el mismo cajón. Hay que distinguirlas, pues hay que afrontarlas de forma diferente.
¿Cuál ha sido la postura de la Iglesia?
Surge a
partir de la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995 en Pekín. En esa
conferencia se introduce de forma transversal. Se habla de perspectiva
de género a todos los niveles sin una definición concreta. La Santa Sede
y otros países advirtieron sobre la necesidad de darle una definición,
pero se acuerda que no es necesario. La primera reacción de la Iglesia
es defensiva y de preocupación. Esto cambia a partir de 2010, cuando se
extiende la idea de que el problema no es el término género, sino cómo
se relaciona con el sexo. Es bueno distinguir entre sexo y género, pues
no todo viene de manera natural. Se pueden diferenciar, pero no separar.
El problema no es la distinción, sino la separación. Esto es lo que se
está imponiendo y queda recogido en Amoris laetitia, donde el
Papa Francisco condena fuertemente la ideología de género en lo que se
refiere a ignorar la identidad sexual y su significado. Creo que la
tendencia en la Iglesia va hacia no querer exorcizar todo lo que tenga
en término género.
¿Por qué esta cuestión genera rechazo?
Por la
confusión y la mezcla de niveles en el debate. Es un diálogo que está
muy minado porque toca sensibilidades distintas. Si entendemos el género
como la interpretación cultural del sexo, del que no está separado pero
hay que distinguir, es perfectamente admisible. Hay un comunicado de la
Conferencia Episcopal Argentina que dice que hay que distinguir sexo,
ideología de género y perspectiva de género. No es lo mismo la ideología
que la perspectiva, que es tener en cuenta la influencia cultural de lo
que significa ser varón o mujer.
Esto es importante, ¿no?
Hace unos años, mientras
daba una conferencia sobre los peligros de las ideologías de género,
una monja africana me interrumpió: «Para nosotras distinguir entre sexo y
género es lo que nos permite diferenciar entre ser mujer y la
interpretación cultural que se hace de ello, porque mi obispo me ha
preguntado que por qué quiero estudiar si las mujeres están hechas para
estar en la sacristía o en la cocina». Esta mujer me puso en crisis.
Obviar o rechazar la perspectiva de género sería, entonces, una pobreza.
Exacto.
Lo que pasa es que hay miedo, porque luego se ven algunas leyes y
propuestas educativas. Hoy hay ideologías progénero, pero también
antigénero. Toda ideología reduce la complejidad de lo real. A veces,
para combatir ciertas propuestas utilizamos un enfoque que es igualmente
reductivo. Ese no es el camino.
¿Ha acogido la sociedad estas teorías de forma acrítica?
Había
hueco para ello. La antropología y la teología no se preocuparon de la
diferencia sexual hasta el siglo XX. Había un vacío de reflexión sobre
lo que significa ser hombre y mujer. Luego, el feminismo planteó muchas
preguntas para las que no había respuestas. Ante este desafío, es
necesario hacer un esfuerzo de creación de pensamiento. No se trata de
volver a lo de ayer, sino de ir hacia lo de mañana, aprendiendo que las
preguntas que nos han planteado eran importantes. Tengo un amigo obispo
que dice que las ideologías surgen a partir de las injusticias. Creo que
la cuestión del género y su versión ideológica han tenido tanto hueco
porque había algo que no funcionaba. El patriarcado no es un invento, la
relación entre el hombre y la mujer no estaba bien. Hay mucho que
recolocar. Si no acogemos esto, no podremos avanzar.
¿Se puede dialogar con dichas teorías?
Hay un
camino educativo y pastoral que no hemos emprendido de la manera
adecuada, porque se hace a partir de categorías reductivas y se enseña a
los jóvenes que el género es el fin del mundo. Luego está el ámbito
filosófico y académico. No me gusta que nos refiramos desde el mundo
católico a las teorías de género como si las hubiésemos comprendido y
leído. Son muy criticables, pero hay que comprenderlas, dialogar con
ellas y tomar lo que es válido. Cuando trabajaba en el Vaticano, leía
comunicados de conferencias episcopales que no estaban escritos con un
lenguaje adecuado. Ante una ley no se puede recordar solo el Génesis.
Hay que hablar de la doctrina social de la Iglesia, del derecho de los
padres a educar a sus hijos, de las libertades de expresión, de cátedra…
¿Tienen algo bueno estas ideologías?
Creo que han
comprendido que toda experiencia es mediada culturalmente. No solo
somos biología. Luego está el tema de la autodeterminación, que nos da
pavor por ciertas leyes, pero que tiene un fondo antropológico que no
hay que desdeñar del todo. Juan Pablo II defendía que a la persona la
determinan sus actos, no independientes de la naturaleza; pero la
persona es la que elige. Estas ideologías nos están forzando a una
reflexión.
¿Cómo debemos responder?
Estas teorías tienen que
provocar en nosotros una conversión de la mirada, diálogo y una acogida
evangélica, que conjugue verdad y caridad. Y hay que acompañar, que es
lo que hacía Jesús.
Usted habla de estos temas a sacerdotes, jóvenes y familias. ¿Qué le dicen?
Con
los sacerdotes se genera un clima bastante abierto, pues mi enfoque es
más filosófico y no encuentro resistencias. Tampoco las hay en los
jóvenes. Con las familias muy católicas que tienen una visión muy clara
sobre este tema me cuesta más. Me ha ido mejor con alejados que con
algunos muy de dentro.
Publicado originalmente en la Revista Alfa & Omega el 18 de enero de 2023
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